viernes, 18 de mayo de 2012

LAMENTACIONES. TIEMPO DE LLORAR.


Hay un tiempo de cantar y un tiempo de llorar, un tiempo de danzas y un tiempo de duelo (5,15). Queremos olvidar el tiempo del llanto o alejar el dolor inminente. Pero el duelo acude inexorablemente a su cita con el mortal. Tiempo de duelo para Israel por la ciudad amada, por la ciudad materna, Jerusalén (Sal 35, 14); por el templo, bello como novia y como esposa (Ez 24,21). Es el reverso total del Cántico, el llanto por la belleza desfigurada (4,7).
Llora el poeta porque ha pasado la locura humana, la furia destructora de la bestia (5,11-12). Detrás de cada escena dolorosa e incomprensible acecha la bestia (3,10) Y salta contra nuestra despreocupación, nos descubre el horror profundo y ancestral de ser humano (4,10). Ha pasado el poder de la Muerte, con su espada insaciable (1,20).
¿Quién desata el poder de la Muerte? ¿No es la sangre, que llama a la sangre? (4,13; cfr. Gn 9,6). Ha pasado la ira divina desencadenando a los hombres. O ¿ha sido «sin ímpetu de manos humanas»? (4,6). Una cólera que es látigo y es fuego (1,12; 2,4; 3,1); una acción que nos sobrecoge (3,47), nos hace pensar (3,40) y nos desborda (2,20).
Pero no sólo es tiempo de llorar, sino también de decir y meditar.
Porque pasando por el camino (1,12) tenemos prisa y miedo, el poeta reitera sus versos, arrojándonos una invitación violenta al duelo. Porque además hay que contrarrestar a otros que pasan por el camino para desahogar el afán de venganza y cebar el rencor (2,15).
Cuando todavía no sufrimos nosotros, quizá la compasión nos pueda salvar, quizá ella domestique nuestra bestia agazapada y haga madurar nuestra humanidad, que sólo es tal si es compartida.

También Jesús se detuvo en el camino para llorar por Jerusalén, y cuando algunas mujeres lloraban por él las invitó a llorar por los que iban a sufrir. La liturgia cristiana lee estos textos durante la Semana Santa, invitando al duelo por el sufrimiento del Inocente que padece por los demás. ¡Dichosos los que lloran, porque serán consolados!
¿Es también tiempo de queja? Por el dolor de los inocentes (2,12) ¿Queja de quién? ¿Del enemigo que se excede o de Dios que lo dispone o permite? (3,37). El poeta de la tercera elegía reprime la queja para ahondar en la reflexión (3,39).
y así, el poeta, reprimiendo un amago de queja, pasa del llanto a la penitencia (3,40). El abismo del dolor llama al abismo del pecado con voz de elegía, y el abismo del pecado confesado llama al abismo de la misericordia (3,21-22). En estos cantos de dolor alienta la esperanza, brilla un rescoldo viejo, que el poeta invoca mesurado (5,21).

Es verdad que el horizonte se nos cierra en estas elegías. Varias veces el poeta concluye pidiendo venganza de sus enemigos: 1,21; 3,66; 4,21. Nos parece escuchar en tales palabras el placer de la venganza (2,15) Si es así, tememos que se abra la espiral del odio. Y no basta decir que el enemigo se excedió, que su función de verdugos no justificaba su crueldad, que la venganza es la justicia vindicativa de Dios. Esto es verdad, pero es "renovar el pasado", no salir de él. Es lo mismo que pedía Jeremías (15,15; 17,18; 18,21-23; 20,11). Ni siquiera basta decir que el hombre no se toma la venganza, sino que se la encomienda a Dios -lo cual no es falso-. La novedad comenzará cuando el inocente pida al Padre perdón para sus enemigos, "porque no saben lo que hacen».

Las Lamentaciones, por la grandeza del dolor (2,13) Y por la intensidad de su expresión, nos conducen hasta ese límite de nuestra experiencia humana en que nos sentimos pequeños frente a la grandeza del sufrimiento, lo inmenso de la crueldad humana y la amenaza del odio en nosotros. Desde lo hondo del llanto levantamos ojos y corazón (3,41), buscando aigo más grande que el dolor y el odio: 5,19; 3,23; 3,32. 

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